Imala. Capítulo 2

Imala. Capítulo 1Imala. Capítulo 2Imala. Capítulo 3Imala. Capítulo 4
(Capítulo 1)

Hasta los once años solo me pasaba en ocasiones parecidas en que estaba furiosa o muy triste y sin darme cuenta provocaba pequeños accidentes como volcar vasos o desatar los cordones de los zapatos de alguien que iba andando. Pero a partir de mi undécimo cumpleaños aprendí a controlar mis capacidades. Mi tío abuelo había ya fallecido, por lo que ahora en teoría vivía con Umi y sus padres, pero la verdad era que me dejaban mucho a mis anchas y yo me las apañaba bien.

El día de mi cumpleaños hubo una gran tormenta que me pilló volviendo de recoger moras con Tayen y nos obligó a refugiarnos en una pequeña cavidad natural que había en una pared de tierra al lado de uno de los caminos que llevaban a las primeras casas del barrio. Aunque era mayor que yo, a Tayen aún le incomodaban mucho los rayos y los truenos. Nos habíamos empapado y las moras que llevábamos en las camisetas, de las que doblábamos los bordes hacia arriba y hacíamos bolsas como las de los canguros sobre nuestra barriga, nos habían teñido la ropa. Nos pusimos en cuclillas y miramos hacía afuera, donde seguía cayendo el agua a raudales. Estábamos en silencio, pero sentía a Tayen temblando a mi lado.

Pensé que seguro que estaba deseando estar en su humilde cabaña alrededor de la única estufa que tenían su familia y ella y que se debía de preguntar dónde estarían sus hermanos. Pensé que ojalá hubiese algo que yo pudiese hacer para distraerla mientras pasaba la tormenta. Y entonces se me ocurrió probar algo.

Me concentré en algunas de las moras de Tayen y de alguna manera conseguí levantarlas lentamente. Al poco rato Tayen se sorprendió y luego se quedó hipnotizada con las moras que bailaban y formaban corazones, sonrisas y soles delante suyo. Cuando me sentí un poco más segura, empecé a silbar y las moras se movían al son de la cancioncilla, con lo que Tayen soltó una gran carcajada.

Antes de que pudiéramos darnos cuenta, la tormenta había aflojado y ya solo llovía levemente. A lo lejos vimos a alguien que se acercaba con un gran paraguas y oímos la voz del padre de Umi que gritaba nuestros nombres. Dejé de silbar y las moras cayeron suavemente sobre las demás que reposaban en la camiseta de Tayen. Contamos hasta tres y salimos corriendo hacia el padre de Umi, que nos acogió bajo su paraguas con alivio, y volvimos juntos al barrio mientras la lluvia seguía cediendo y el sol empezaba a asomar por detrás de las nubes.

Capítulo 3